Educación para la vida
Soc. Luis Guirin
La crisis en la educación es uno de los problemas fundamentales que la Humanidad enfrenta en el presente. Nadie pone en duda la influencia que ejerce esta área de actividades para enfrentar los problemas de supervivencia a nivel planetario. Ya no es posible pensar soluciones globales sino se concibe una educación que responda a las preguntas ¿Educar, para que sociedad? ¿Qué seres humanos estamos formando? ¿Qué valores y conductas promovemos? Por eso, al presentar propuestas sobre la educación, se requiere hacerlo con responsabilidad, sinceridad y transparencia, dando cuenta de la visión de la vida y del mundo, ideas y valores, cuál es el proyecto de sociedad, con sus diversos actores y sus relaciones de poder. Sólo así es posible un diálogo constructivo, como una base necesaria para lograr amplios consensos.
¿Y las reformas?
Tres décadas de reformas educativas en diversos países, muestran resultados insuficientes y polémicos. Las políticas de promoción de la equidad, calidad, y pertinencia educativa, en el marco de la ‘universalización’ de la matrícula, escolaridad obligatoria, y evaluación de aprendizajes promovidas desde el Estado y financiadas con créditos internacionales (BM, BID), han fracasado rotundamente. Esta realidad nos muestra que, a pesar del esfuerzo realizado por docentes y educandos, cada vez estamos más lejos de los objetivos planteados. Todas estas propuestas reformistas han encontrado dificultades para concebir, relacionarse, guiar al nuevo sujeto educativo, desde una praxis de responsabilidades y derechos. Son notorias y crecientes las dificultades y perdidas de efectividad de los sistemas educativos de América y Europa para asegurar las condiciones necesarias en el proceso de reproducción social. La mayoría de los egresados no cumple con las competencias y habilidades requeridas por el mercado, y la educación social y ciudadana no asegura una convivencia pacífica y acorde a valores universales. Las instituciones educativas no están pudiendo asumir el agotamiento de su modelo cartesiano, y sobreviven, se aferran al funcionamiento de un sistema auto referenciado, aplicando cada año evaluaciones de aprendizaje pautadas desde la lógica financiera de la gestión por resultados, en la que prima una cultura exacerbada del éxito, la ganancia, la competitividad y el individualismo. Las élites defensoras del modelo actual de desarrollo siguen buscando nuevas ‘reformas’ paliativas, pero los resultados académicos cada vez más se polarizan según los ingresos de las familias de los estudiantes y se reproducen y amplifican las desigualdades sociales. En el mundo de hoy tenemos más pobres que antes y la brecha del acceso al conocimiento se amplifica. Los propios docentes toman conciencia de las limitaciones de sus esfuerzos y se interrogan críticamente sobre lo que enseñan y el cómo lo tienen que hacer. La docencia está dejando de ser la profesión vocacional que dignificaba por el solo hecho de ejercerla y se transforma en una actividad de las más estresante y peor pagas de la sociedad actual.
¿Qué conocimientos?
Responder a esta pregunta implica siempre una visión del universo y de la vida, la adopción de valores y principios. La educación nos provee prioritariamente el acceso a los conocimientos esenciales que son útiles para la vida, es decir, que contribuyen a vivir mejor y dignamente, al bien vivir cotidiano, a aprovechar mejor el tiempo y las oportunidades, a ser mejor persona, a construir colectivamente una sociedad mejor que la que recibimos. Esto implica una educación que adapte en forma permanente los procesos de aprendizaje a las situaciones de vida de los propios educandos y del entorno inmediato, con metodologías activas y vivenciales, buscando y acordando ejes temáticos de interés compartido. Desde esta perspectiva, la vida misma es una aula abierta, con inagotables recursos pedagógicos y didácticos, un desafío permanente para ejercitar la libertad y la responsabilidad en los procesos de enseñanza aprendizaje, que puede habilitar el sentido común, la alegría y la búsqueda. Asimismo, implica reconocer la integridad del ser humano en un todo coherente, donde sus diversos planos vivenciales, físico-corporal, emocional, psicológico, mental y espiritual, tiene cada uno su lugar y a la vez se complementan y se potencian entre sí, para asegurar condiciones de un crecimiento equilibrado de los individuos. La educación del ser humano debe concebirse desde su unidad, con una visión holística e integrando todos los planos mencionados. Educar las emociones, cultivar vocaciones artísticas, desarrollar un cuerpo sano, comunicarse y convivir en el respeto mutuo, aprender la constitución esencial del ser humano, son áreas de aprendizaje tan importantes como el razonamiento lógico, y todas forman parte de la educación para la vida. Cada vez más. De igual forma, la Humanidad debe concebirse en su unidad, en una autentica aceptación y respeto de la diversidad que somos y que se expresa en todos los planos de la vida. Desde este enfoque, hay ciertos conocimientos que dejan de ser importantes y obligatorios en los programas educativos y quedan como opciones personales según el interés de cada individuo.
¿Quiénes deciden?
Una educación para todos ha de ser inclusiva, integradora, participativa y democrati-zadora, apoyada en un cuerpo de valores universales cuyo centro son los derechos humanos, y en una laicidad respetuosa de las culturas y creencias de todos, habilitante de la participación de las instituciones, la familia y la comunidad en su rol de actores activos y comprometidos con la educación. Los docentes, en su mayoría, ya están preparados para la tarea integradora, son los que están más aptos para el cambio de paradigma, sólo requieren compartir un nuevo contexto institucional, y que desde la transparencia ética se legitime y dignifique su tarea y los habilite a identificar y responder con más flexibilidad y autonomía a las diversas necesidades de los alumnos, a organizar los distintos estilos y tiempos de aprendizaje, a gestionar recursos, trabajar en red con las familias y la comunidad. Definir qué educación queremos no es sólo una tarea de especialistas, sino de toda la sociedad, de sus diversas comunidades, instituciones y grupos. Todos estamos convocados, aquí y ahora, sin exclusiones de ningún tipo, los propios educandos de todos los ciclos y sus familias, incluidos los que han sido expulsados o abandonados por el sistema, como también los que defienden este modelo actual, a definir las prioridades de la educación, a consensuar un nuevo pacto educativo para este siglo XXI.
¿Qué conceptos en juego?
Pero sobretodo requiere habilitar el pensamiento creador, que admite y valora la crítica, la pregunta, la duda, la investigación, el ensayo y error, el trabajo en red, la innovación, la capacidad de soñar e imaginar al ser humano desplegando sus potencialidades, para construir entre todos una sociedad más justa y solidaria, donde cada ser humano pueda vivir en dignidad y en alegría. La realidad del mundo nos convoca a abrir la cabeza, cambiar el ‘chips’, habilitar la comunicación y la participación entre generaciones, comunidades, instituciones, culturas. Una docencia basada en la confianza y el compromiso ético, como guías en el proceso educativo, referentes adultos accesibles y confiables, para que sea posible una mayor libertad de cátedra y a la vez una mayor libertad de conciencia y de aprendizaje de los educandos. La pertinencia y la calidad de la educación es ante todo, el respeto por la diversidad de los procesos de construcción de identidad personal y grupal de los participantes, respeto por sus tiempos e intereses, habilitando su participación conciente, voluntaria y responsable. Cada ser humano es único e irrepetible, y cada uno recorre su propio camino, con su historia de vivencias, con sus intereses y sus sueños. La educación debe generar las condiciones para que cada uno pueda asumir y valorizar su historia personal en el presente, como un punto de apoyo para conocerse a sí mismo y visualizarse como ser humano conciente y protagonista de su propio proyecto de vida, abierto a aprender durante toda la vida. La autogestión de su propio camino requiere, conocer, aprehender y desarrollar un conjunto de habilidades y saberes para valerse por sí mismo en la vida, asumiendo que la desigualdad de oportunidades ya existe como una realidad a superar. [1]
¿Nuevo paradigma?
Hoy compartimos conocimientos y aprendemos con aportes de científicos y pensadores contemporáneos que contribuyen a re-construir una mirada colectiva y a intentar nuevas respuestas a preguntas ancestrales y actuales de la Humanidad como ¿de dónde vengo? ¿quién soy?, ¿que hago aquí y ahora?, ¿adónde voy?, ¿cuál es el sentido de mi existencia?, ¿por qué me toca vivir estas experiencias?, ¿qué otro modelo de desarrollo es posible? Sin embargo, ninguna respuesta parece suficiente para satisfacer nuestra necesidad de conocimiento. La principal dificultad parece provenir del volumen, la enorme variedad y la dispersión del conocimiento generado, constituyendo una diversidad de bibliotecas especializadas que funcionan por separado, lo cual no facilita desarrollar en igual medida un pensamiento globalizador, el pensamiento creativo que re-conoce la diversidad del mundo, lo concibe y lo proyecta filosóficamente, es decir, logra un proceso de re-unificación de lo disperso. La construcción de la visión filosófica del uno, como conceptualización integradora se enfrenta a la dispersión de los elementos de la realidad que lo conforma. El surgimiento de un nuevo paradigma civilizatorio, requiere re-ordenar, volver a conceptualizar toda una masa crítica de conocimientos y saberes sobre el universo y la vida, que ya existen y se interrelacionan en múltiples redes de manera diversa y dinámica. Desde esa perspectiva, a la Humanidad se le plantean algunos problemas fundamentales a resolver, como superar la visión colonialista del desarrollo, lograr una economía sustentable, la convivencia planetaria sin guerras y sin violencia, la superación del hambre y la miseria, la recuperación y cuidado del medio ambiente, generar las condiciones básicas que permitan a todos, acceder con dignidad a soluciones de trabajo, salud, vivienda, alimentación, educación, es decir, las condiciones para el bien vivir cotidiano de todos los individuos, naciones, etnias y comunidades del planeta.
¿Nuevo pacto educativo?
No todos están de acuerdo con las ideas expuestas. Hay quienes prefieren la guerra y la explotación de sus semejantes, abusan de la naturaleza y no respetan los derechos humanos, ni apuestan a construir sociedades de convivencia y cooperación, donde haya oportunidades de una vida digna para todos. Algunos hombres y mujeres actúan para que todo siga como está, a lo sumo mejorar solo la imagen o reformar algún aspecto de la educación, pero que no debemos ni queremos ubicar como enemigos, sino solo como seres humanos que por interés, convicción o ignorancia, hoy juegan el rol conservador en nuestras sociedades. Reiteramos que desde nuestra visión, inspirada en el nuevo paradigma civilizatorio, ellos son parte del problema, y son también parte de la solución, no los vemos excluidos, sino incluidos en este proceso, por eso reclamamos honestidad y transparencia al exponer ideas y propuestas para superar la crisis de la educación. Acordar un nuevo pacto educativo, es tarea de todos, sin exclusiones, una acción conciente, honesta y participativa, sólo así será posible una educación para la vida.
Montevideo, 1º de Noviembre 2011.
[1] UNICEF ha publicado documentos que son referencias conceptuales ineludibles, entre otros la Declaración Mundial sobre Educación para Todos, (Jomtien, 1990); “Los siete saberes de la educación del futuro” (Edgar Morin); “La educación encierra un tesoro” (J. Delors, 1996).