Padre Mateo Méndez canta «Las 40»
–>«Debemos tener una de las vocaciones más expuestas, como la del médico. Ellos tocan cuerpos y nosotros tocamos almas»
Por GERARDO TAGLIAFERRO
Se escuchan los acordes finales de «Milonga de pelo largo», un ícono del canto «de protesta» de hace cuarenta años. Cuando la música de Dino se desvanece, emerge la voz del conductor: «Qué linda canción ésta». Los oyentes mañaneros de Radio María conocen ese hablar pausado, de acento grave que comenta noticias del día y las matiza con información de la Iglesia, música y opiniones. Es martes, el programa semanal llega a su fin y el padre Mateo Méndez se despide de la audiencia con la solvencia de un profesional. Es probable que no necesite aclarar que es sacerdote, porque todos los sacerdotes hablan parecido. Pero distinto a los demás, a los que no lo son.
En la radio, como hace treinta años cuando fundó el Movimiento Tacurú o como ahora en Las Piedras con el proyecto Minga, con su tono de cura Mateo habla de la pobreza, de los excluidos, de los desamparados. Es hijo de una lavandera y un tropero, y seguramente allí hay que buscar la punta del hilo que hilvana toda su existencia. «En casa éramos doce hermanos y no sobraba nada, pero siempre había un plato de comida para uno más». Con Tacurú la receta de contención y afecto funcionó como un relojito. En Rivera, con Caqueiro durante nueve años, también. Pero cuando en 2008 quiso extrapolarla a un ámbito donde las reglas las ponían otros, vino la frustración. Su experiencia al frente del instituto que -se supone- debe procurar la rehabilitación de los adolescentes infractores duró apenas seis meses: le ganó la inercia, los viejos vicios.
Volvió cansado, como en el tango, a la casita de los viejos: el trabajo con su propia, probada fórmula. Ahora es párroco de la iglesia de San Isidro en Las Piedras y desde allí dirige Minga, otra apuesta a la inserción de jóvenes de entorno problemático pero que, a diferencia de Tacurú, no da trabajo sino capacitación para trabajar.
Como para reafirmar que mejor que repartir peces, es enseñar a pescar.
1) ¿Por qué dejaste Tacurú en el año 1999 y te fuiste para Rivera? Primero porque se habían cumplido los plazos que se aconsejan prudentes para que alguien esté en algún lugar trabajando: tres, seis, nueve, como máximo doce años. Yo ya venía pensando que ese era mi último año en Tacurú, porque es bueno que otros continúen, mejoren, corrijan lo que sea necesario en un proyecto. El haberme ido me parece que fue entonces saludable para todos, no es que estuviera mal uno u otros. Es bueno, hace bien a los propios jóvenes.
2) En su momento muchos pensaron que las jerarquías de la Iglesia no estaban de acuerdo con lo que estabas haciendo en Tacurú y por eso te mandaron lejos. (Se ríe) No, sabés que con la jerarquía, con el arzobispo de Montevideo nunca tuvimos dificultades en la relación. Nunca el arzobispo me llamó y me dijo que no le gustaba algo. No había por qué cuestionar cosas cuando uno está embarcado en un proyecto en el que estás dignificando las vidas. La dignificación de la vida, lo haga quien lo haga, está bien hecho. Con Cotugno, a pesar de que no pertenezco a su diócesis, seguimos manteniendo un buen vínculo porque él es salesiano como yo, fue mi director en mi período de formación… Yo siempre desestimé todo tipo de imposiciones autoritarias en mi ida a Rivera, porque además no es el obispo el que cambia a los salesianos sino el provincial.
3) En aquel momento tenías una exposición importante, eras el cura progresista, el cura de izquierda. Estamos hablando del año 99, con una realidad política diferente a la de hoy. ¿Eso no molestaba entonces? Mirá, si molestó no me enteré. Y si molestó y me enteré… seguí trabajando. Yo busqué siempre la mejor manera de dignificar la vida de los otros, y eso creo que no le puede molestar a nadie. O no debería molestar. Sigue leyendo