“Y su huella no será barrida para alumbrar un nuevo fuego. Su ceniza abrigará siempre un trasfoguero que guardará la continuidad, que transformará otras ramas en nueva llama y nueva vida.” «La ceniza”, en Carnet de Ruta*
Es un librito de unos quince por diez centímetros. En su cubierta verde y blanca hay apenas garabateada una mochila, y las letras grandes del título –Carnet de Ruta– dejan en un muy segundo plano el nombre de su autor: Luis Pérez Aguirre.
La obra lleva por subtítulo “Meditaciones para la mochila”, y desde su introducción el sacerdote invita a la aventura, y aclara: “no tendrá valor mientras quede sobre la mesa. Es para ser puesto en la mochila y partir. Es para ser leído después de una larga marcha, bajo el sol ardiente o a la luz del fogón, en la carpa cuando la lluvia nos impide otra actividad o en el refugio en plena montaña… No es una novela, no es una recopilación de frases lindas, es el fruto de una experiencia y ella quedará incomprendida e intransferible para quien a su tiempo no tenga la audacia de vivirla”.
En este libro Perico habló del fuego y del compañero; del silencio, del cansancio, de la ceniza y el árbol. Dedicó sus palabras al sol, a la noche y a los senderos; al campamento, la mochila y la montaña. Pensó en el refugio y en la flor. Dio sentido a la piedra.
Cada breve lectura, cada “nota”, como él mismo las definió, parte de su propia exploración, son sus descubrimientos, los hallazgos y deslumbramientos del hombre joven que a los 27 años, cuando publicó el libro, ya había escalado y atravesado a pie la Cordillera de los Andes (tenía 15 años), que pilotó aviones, que recorrió la pampa y la Patagonia y tantos rincones de Uruguay. Son sus apuntes “juntados a lo largo de mil caminos, mil momentos de silencio, reflexión y diálogo con compañeros junto al fogón o en los altos de la marcha”; en su ruta de amante de la naturaleza compartida generosamente con los demás.
Claro que en cada texto hay profundas reflexiones cristianas (y al final de cada uno se enumeran pasajes bíblicos que refieren al tema en cuestión); sin embargo, no expulsan de la lectura a quien no comparte las creencias: “La naturaleza, si somos capaces de descubrirla, es una escuela. Escuela de salud, de carácter, de inteligencia, de arte y de espiritualidad”, convoca desde la introducción, y ese es un mensaje abierto a todos. La obra fue una de sus primeras publicaciones, en ese año emblema que es 1968, y salvo una edición argentina de 1985, no ha vuelto a imprimirse. Es verdad, quizá el Carnet… no sea uno de sus escritos más (re)conocidos. No es un manifiesto político, no es una denuncia sobre violaciones a los derechos humanos, no es una crítica a la Iglesia Católica de la que formó parte. Pero pocas cosas son capaces de dar tantas pistas del interior de una persona para que aflore su capacidad contemplativa ante la naturaleza y sus detalles. Eso, si falta hiciera, es este libro. Para llegar a él no hay que rastrearlo en las librerías ni en las bibliotecas. No está, y por eso puede entenderse por qué aquella mañana en Tristán Narvaja, cuando el enésimo librero visitado por fin sacó del estante ¡dos! ejemplares de hojas amarillentas, la alegría dio rienda suelta. Y sin embargo, quien piense que es letra muerta está equivocado.
El Carnet de Ruta ha sabido circular todos estos años en fotocopias que reproducen fragmentos, en lecturas en voz alta alrededor del fuego de los scouts y otros movimientos de jóvenes. De hecho, las páginas de Internet de estos movimientos son las que albergan fragmentos de la obra y es entre los Castores o los scouts uruguayos (Pérez Aguirre sostuvo fuertes vínculos con ambos) donde la obra no es una rara avis sino que lleva décadas siendo una de esas “cosas de la mochila” que, como él mismo dijo en su libro, “forman parte de nuestra existencia”.
* Carnet de Ruta. Meditaciones para la mochila, Ediciones Apoce, Montevideo, 1968. Publicado el Viernes 21 de Enero de 2011